Definiría a Murakami como mi droga particular, desde que descubrí Tokio Blues gracias a un buen amigo, no he podido dejar de devorar sus libros uno tras u otro.
Su literatura, aunque no brille por su estilo, tiene algo que va mas allá, algo hipnótico y cautivador que te engulle una vez lees la primera frase.
Sí, Murakami tiene una peculiar visión de los recuerdos humanos, los entiende como algo doloroso y verdadero, que nos persigue y no nos permite olvidar nuestras penas, nuestros errores y los errores de los demás. Jamás nos desharemos de nuestros recuerdos, y la única forma de superarlos es aprender a vivir con ellos.
Su prosa, además, deja entrever influencias como Scott Fitzgerald y su “Gran Gatsby” (libro al que de hecho, le hace algún que otro guiño durante el desarrollo de la novela) o J.D. Salinger y “El guardián entre el centeno”, ésas narraciones que se acercan más a un mundo paralelo pero existente que al real.
Leer a Murakami es algo único, y un magnífico placer. Su falta de estilismo hace incluso más hipnótica su obra, nos ayuda a sentirnos como él, nos volvemos Murakami y entendemos su filosofía.
Murakami es Murakami, y nada más y esto es lo que le convierte en un gran escritor.
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